Vivimos en una sociedad que nos bombardea constantemente con imágenes de cuerpos que se perciben como «perfectos». La presión para cumplir con estas expectativas distorsionadas crea un desafío constante para nuestro bienestar emocional y físico. Desde una edad temprana, internalizamos la idea de una forma «correcta» de cuerpo, lo que nos lleva a considerar nuestro propio cuerpo como inadecuado.
Esta percepción distorsionada nos aleja de nuestra conexión natural con el cuerpo, llegando incluso a desarrollar sentimientos de odio hacia él. Cuando nos vemos a través de una lente distorsionada, comenzamos a sentirnos insatisfechos con nuestra apariencia física y a cuestionar constantemente nuestra valía personal. Esto puede llevar a una disminución en la autoestima y una pérdida de confianza en uno mismo.
Dejamos de lado el cuidado de nuestro cuerpo y bienestar emocional. Perdemos la motivación para elegir ropa que nos haga sentir bien y cómodos, ya que la imagen que tenemos de nosotros mismos está distorsionada por una visión negativa. Esta falta de cuidado personal puede conducir a una espiral descendente en la que descuidamos nuestra salud física y emocional.
Además, esta desconexión con nuestro cuerpo puede llevarnos a distanciarnos de hábitos básicos de autocuidado, como ir al médico regularmente o mantener la higiene personal. Ignoramos las señales de nuestro cuerpo que indican la necesidad de atención médica o descuidamos prácticas de higiene que son fundamentales para nuestro bienestar general.
En última instancia, esta percepción distorsionada puede tener un impacto significativo en nuestra calidad de vida y felicidad.
La desconexión se vuelve tan profunda que dejamos de mirarnos. Nos convertimos en extraños ante nuestro propio reflejo, y el desinterés se extiende incluso a acciones más críticas, como hacer ejercicio, enfrentarnos a nuestra imagen desnuda en el espejo o probarnos un bañador.
En este proceso, surge la pregunta: ¿por qué nos cuesta tanto cuidarnos? La respuesta radica en la profunda desconexión con nuestro propio cuerpo, alimentada por la presión de conformarnos con estándares poco realistas de belleza impuestos por la sociedad, los medios de comunicación y las redes sociales. Estos estándares promueven una imagen corporal idealizada y poco realista, que nos hace sentir constantemente insatisfechos con nuestra apariencia y nos presiona para cumplir con expectativas inalcanzables.
Es fundamental comprender que el autocuidado es una consecuencia natural de un buen autoconcepto y una conexión saludable con el cuerpo. Cuando nos sentimos bien con nosotros mismos y estamos en sintonía con nuestras necesidades físicas, emocionales y mentales, el autocuidado se convierte en una parte integral de nuestro estilo de vida. No es algo que se imponga o se fuerce, sino que surge de un profundo amor y respeto por nosotros mismos.
Forzar el autocuidado sin estas premisas solo lleva a resultados temporales y superficiales. Podemos seguir rutinas de cuidado personal o adoptar prácticas saludables por un tiempo, pero si no trabajamos en el autoconcepto y la conexión con nuestro cuerpo, es probable que abandonemos estos hábitos a la larga o que no los llevemos a cabo de manera significativa.
Es por eso que nos esforzamos en restablecer la conexión rota por tantas dietas y autorechazo por no tener el cuerpo «perfecto». Reconocemos que la verdadera belleza y el verdadero bienestar van más allá de los estándares superficiales impuestos por la sociedad. Nos esforzamos por reconectar con nuestro cuerpo de una manera amorosa y compasiva, aceptando y celebrando nuestra singularidad y valor intrínseco.
Directora de la Fundación Alimente
Tras lidiar con la obesidad y las adicciones he impulsado la Fundación Alimente para que más personas puedan beneficiarse del tratamiento de adicción a comer que tanto me ha ayudado.