La adicción a la comida es una batalla que enfrentan muchas personas. Es una enfermedad que afecta cuerpo y mente. Empieza en la mente, cuando el cerebro nos manipula, nos lleva a extremos para justificar nuestros excesos y nos empuja hacia hábitos destructivos y prosigue en el cuerpo, porque esos hábitos y conductas acaban por transformar nuestro cuerpo.

En nuestra lucha contra esta adicción, la terapia de grupo se convierte en un refugio muy valioso. Es un espacio donde encontramos apoyo, comprensión y la posibilidad de detectar los patrones que nos mantienen atrapados en este ciclo.
Sin embargo, cuando salimos de la terapia, a menudo nos enfrentamos solos a nuestros demonios internos.
Es aquí donde entra en juego un poderoso aliado: nuestro teléfono.
Este dispositivo se convierte en más que una herramienta de comunicación; se convierte en nuestro salvavidas en los momentos más críticos. A través de él, obtenemos apoyo terapéutico en todo momento, incluso cuando nos sentimos más vulnerables.

Imagina esto: has tenido una discusión con tu jefe y sientes que el impulso de comer en exceso está a punto de ganarte. Entonces, decides llamar a tu compañero de apoyo y, del otro lado de la línea, escuchas las palabras que necesitas: «No quieras tener la razón. La razón te llevará a comer. Mejor ponte en duda y congélalo hasta la terapia». Estas simples palabras pueden ser la diferencia entre ceder ante la tentación o mantener el control.
O tal vez te encuentras frente a una vitrina llena de donuts tentadores y sientes que la fuerza de voluntad te abandona. En ese momento, decides llamar a tu compañero de apoyo y juntos encuentran una solución: «¡Qué bien que hayas podido llamar antes de comértelo! Vamos andando a una papelera y lo tiramos juntos». Este simple acto de apoyo puede marcar una gran diferencia en tu camino hacia la recuperación.
El teléfono también nos brinda la oportunidad de evitar agravar las situaciones.
En lugar de reaccionar impulsivamente ante un conflicto con un ser querido, podemos recurrir a nuestro compañero de apoyo para obtener una perspectiva más equilibrada: «En vez de gritar a tu hijo, coge las zapatillas y date una vuelta a la manzana corriendo».
Y cuando cometemos un error, cuando sucumbimos a un atracón, el teléfono está ahí para recordarnos que no estamos solos en esta batalla: «Muy bien por llamar. Déjamelo a mí y no le des más vueltas. Mañana en terapia de grupo lo hablamos».
En resumen, el teléfono se convierte en una extensión de los compañeros, en nuestra conexión permanente con la terapia y el apoyo que necesitamos para enfrentar nuestra adicción a la comida.
Nos ayuda a mantenernos firmes en momentos de debilidad, nos ofrece una voz amiga en tiempos de necesidad y nos recuerda que nunca estamos solos en esta lucha. Con su ayuda, podemos superar los desafíos que se nos presentan y avanzar hacia una vida más saludable y equilibrada.


Directora de la Fundación Alimente
Tras lidiar con la obesidad y las adicciones he impulsado la Fundación Alimente para que más personas puedan beneficiarse del tratamiento de adicción a comer que tanto me ha ayudado.